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[Capítulo XIII]

 

A temprana hora de la mañana del siguiente día, Ulberth experimentó un fortísimo dolor de estómago y se apresuró a defecar.

 

En el baño comprobó que sangraba por el ano. Se hizo la ablución más de cinco veces. Recién, cuando quiso que Fa [lema] le precipitase eyaculaciones mediante la succión de su pene con los labios [bucales o vulvares], ella fantaseó con su rigurosamente oculta virilidad y lo «violó» con su inevitable consentimiento. Sin ceremonia de podium, digo que la Mujer es la más hermosa forma ideada por la Naturaleza para simbolizar la castración del Hombre.

 

Lo que Ella hacia adentro implota, Él lo expele. No son corriente alterna. Juntos, procrean: pero no generan energía, sólo discordia.

Por dictado genético escindida de la hombría, impronta de la paternidad, la Mujer penitentemente hospeda la Trascendencia del Ser en sus entrañas: y el Hombre, movido por el miedo a la Muerte, explora el túnel mediante el falo. Cuando fornica está buscándose, anhela rescatarse de esa especie de secuestro que significa formarse en el interior de una placenta.

 

Fa [lema] despertó al mediodía, sin motivos enfurecida. Su indicioso comportamiento [hacía explícita]  delataba lo incorregible de su «Alter Ego» [omenzó a maltratar verbalmente a Ulberth, que, adolorido, se alejaba del excretor. Ordenó le trajese el desayuno a la cama, agua, gaseosa, leche, café, todo al mismo tiempo y de prisa].

 

-¡Rápido, qué esperas para preparar mi comida! –le gritaba la Bestia Negra.

 

Ella nada sabía de espacios, ni se ubicaba en el tiempo. No se percataba de las transformaciones de los ecosistemas, de los [desarrollos, evolución] avances tecnológicos, científicos y de La Multimedia. Era lo cerril que fortuita e ilícitamente allanaba la quiescencia de Ulberth, la alteración hedónica de los sentidos y el pillaje. Fa [lema] representaba la falsificación de una dama. Era un irrescatable naufragio de veleta en mar agitado, un agravio al Juicio. El mundo se había infartado y ella pretendía resucitarlo mediante la violencia del morbo, el desorden, promiscuidad y caos.

 

Su exigua inteligencia no procesaba la idea del respeto y, por ello, la perversidad e impunidad fijaban la Ley en su extraño territorio: impía norma, que no enuncia interdicciones para las conductas a la Humanidad Lesivas.

 

Hacía rato que Ulberth ya le había preparado el desayuno. Se lo llevó a la cama. Por haber pasado frente a la pantalla del televisor, cuando le extendió el plato recibió una bofetada.

 

-¡Faltan la leche, el agua, el café y el refresco! –vociferaba.

-¿Por qué me tratas de ese modo? –indagaba Ulberth-. Satisfago tus deseos y me agradeces con maltratos […]

-¡Cállate!

 

Se alimentó con desesperación, se despojó de la cobija y explayó sus piernas en abierta insinuación sexual. Quería que Ulberth la felara, empero él la miró con recelo.

 

-¡Chúpame, «papi lindo»! –se babeaba la «Princesa de Legión y Obscuridad».

-No lo haré –por primera vez, rehusó él-. Padeces del Pallus Purulenta Verruca Síndrome. Escruta el fenotipo de esa enfermedad en tu vagina y boca. Afortunadamente, por sugerencia de un médico amigo, hace años recibí un antídoto experimental que inmunizó mi organismo de cuanta porquería eres portadora. Anoche me embriagué contigo y no me importó follarte, pero ya estoy sobrio y me asqueas. Tienes que ir a consulta médica para que te practiquen la citología y examen de plasma. Estás muy enferma.

-Si te niegas, no importa. Lo hará Neida, Mariam, cualquiera de las muchachas que me buscan y se encompinchan conmigo.

-Estás muy corrompida.

 

Iracunda, Fa [lema] se levantó de la cama y lo abofeteó con fuerza. Él no respondió, sentó su Ser Físico en un banquillo y bajó la cabeza.

 

Ella se vistió rápidamente. Tomó la billetera de Ulberth, le extrajo todo el dinero que tenía e -intimidándolo- gruñó para que le abriese la puerta.

 

-¡No regresaré más, «viejo maldito»! –enfatizó cuando inició la marcha, quizá hacia la Perrera Central, en busca de su hermana Samara. Eran  escorias de la misma  y saturada cañería.

 

La suya, no había sido una inferencia falaz: Ulberth se había ofrecido para recibir unas inyecciones que se hallaban en etapa de experimentación, todavía no autorizadas por la Organización Mundial de la Salud [OMS]. Él era una fehaciente prueba de la fiabilidad del antídoto. Fa [lema] no le contagiaba su virus, adquirido en la Perrera Central.

 

[Capítulo XIV]

 

Evasiva, de impulsos violentos y pocas reflexiones,  Fa [lema] sentía que Ulberth la había defraudado. Durante el tiempo que manipuló la patológica relación, estuvo convencida de lograr que le regalase una vivienda para luego echarlo de su camino y consolidar su disipada existencia. Intentó varios y clásicos métodos: la adulación sistemática primero, después el embarazo fraudulento y finalmente la vejación psicológica. Al cambio de las cosas, artimañas que resultaron fútiles.

 

Ella, furiosa, intentaba comunicarse telefónicamente con Samara para mitigar su derrota en el arte de timar incautos. Pero, su hermana se hallaba en la casa de Axxon. De origen alemán, solitario, aproximadamente 70 años, aficionado a las drogas y profesor universitario, estaba encariñado con la «Princesa mayor de la Obscuridad» mayor. Ella le sacaba dinero para cubrir sus gastos personales, doparse, y llevarle billetardos al proxeneta Victor.

 

Axxon la presionaba. Cuando debió prescribirse un tedéum para su miembro, le obsedía que ella lo satisficiese sexualmente. Sucesivas veces, Samara intentó excitarlo mamándole el falo sin lograr su propósito. En pocas oportunidades tuvo éxito. Él era consciente de su edad e incapacidad física [caminaba apoyado de una muleta], motivo por el cual se conformaba con las caricias orales de la maestra: decadente consejera e incitadora de Fa.

 

Ulberth tenía menos edad que Axxon y todavía lograba erecciones sin medicación. Pero, ambos eran vistos por esas mujelleras similar a «cajeros automáticos de banco». No sentían nada por ellos, sólo los chuleaban. Los vampirizaban y humillaban con preconcebidas frases: «Eres un viejo, yo una joven». «Si no me das suficiente dinero, no seguiré fornicando con un hombre de la tercera edad» [las precedentes, eran las frases que más utilizaban para acomplejarlos].

 

Presumían de una supuesta juventud, pero eran unas señoronas: un par de putas encubiertas, unas «veletas de malolientes tascas», cepas del Pallus Verruca Virus.

 

Transcurrieron dos meses y, por instrucciones psiquiátricas, Ulberth buscó disminuir -mediante la plática- los lesivos efectos que la soledad le generaban.

 

Comenzó a visitar a dos amigas en el Parque Teleférico. Excelentes interlocutoras, una Yoly:  la hermana menor de Fa. La otra: Mariné.

 

En su compañía, exorcisaba sus depresiones. Una tarde, Yoly  le prodigó una dolorosa revelación:

 

-Olvida a mi hermana. Es una perra. Siempre lo ha sido. Y tu lo sabías cuando la aceptaste. Fuiste un cabrón. Es una buscona: a todos los novios que he tenido se les ha regalado. Trata mal a mis hijas, las llama «lastres» […]

-Yo no lo sabía, no, no –se defendía Ulberth, con lastimosa postura-. Si estaba informado de su inclinación por las drogas. Y luché para que las dejase. Nunca le compré estupefacientes. Pero, no dudo que muchas veces haya comprado cocaína o marihuana con el dinero que yo le daba para que renovara su vestuario y comida.

-Busca otra, ella quiere destruirte psicológicamente.

-Hablas como Merisol, mi psiquiatra.

-No seas tonto, Ulberth. No se requiere ser psiquiatra para darse cuenta que mi hermana es una puerca, una puta.

-Tranquila, no he visto a Fa desde hace más de mes y medio.

-Ni la busques. En este instante, podría estar revolcándose en una cama o el monte con cualquier piojoso. No sufras.

-Las pastillas antidepresivas inhiben mis impulsos sexuales. Puedo vivir exento de sexo, pero mi mente está inquieta.

 

Los viernes y sábado, cuando ellas colocaban en venta sus artesanías en el Parque Teleférico, Ulberth las frecuentaba para conversar. Nueva rutina que Fa [lema] no tardó en torpedear con intimidaciones e infundios. En varias ocasiones, increpó sorpresivamente a Mariné: atribuyéndole una relación amorosa con Ulberth. Posterior a lo cual, lo sitiaba «arrepentida» de haberlo maltratado y pidiéndole reconciliación. Ella no quería perder a su «dispensador automático» de billetardos.

 

[Capítulo XV]

 

Pisoteando lo que le dictaba su [shopenhaueriana] Inmutable Razón Suficiente, de nuevo Ulberth decidió –tras la infausta suspensión de su Juicio- darle una oportunidad a Fa [lema] para que corrigiese su conducta: que, al cabo, sería la última.

 

Ella admitió haber rumbeado con Samara, pero que no tuvo relaciones sexuales con ningún hombre:

 

-Tu dejaste de invitarme a salir –le decía por teléfono-. Por eso me alejaba y salía a la calle con mi hermana […]

-No puedo continuar [botando] gastando próceres impresos en la Perrera Central, entiéndelo –bufó Ulberth-. Nada bueno hallarás en el depósito municipal de escorias: sino drogas y semen contaminado de malvivientes.

-¿Insinúas que soy una puta?

-Nada es a mis sentidos que no haya sido primero a los tuyos. Yo no califico a nadie, cada cual de si mismo su naturaleza lo que le place exhibe.

-No comprendo […] Háblame claro.

-Tranquila, te esperaré.

 

Se citaron para verse en el apartamento de él. Pero, antes que se materializase ese postrero episodio, Ulberth tuvo un inesperado encuentro -en una panadería- con Sadam: el sobrino de Fa [lema] e hijo de Samara. El muchacho, víctima de un ambiente familiar descompuesto, comenzó a delatarla:

 

-No perdones a mi tía Falema –inició su profuso parlamento-. Ha estado buscándote porque se peleó con Luis, su amante más reciente, que se cansó de ser chuleado. ¿No lo conoces? Vive en este sector. Ella es una perra. No sólo salía con él. También con Israel, el novio de Yoly. Y otros hombres que la llaman a su celular. Se reúne con Samara y desaparece durante días de la casa de mi abuela, que está molesta con ella porque abandona a mi prima Rinel. Es una irresponsable, una sucia y loca. Hoy reapareció y me lesionó con la hebilla de una correa.  Es una salvaje. Siempre te ha engañado, abre tus ojos. ¿No me crees?

-No tengo voluntad para vigilarle el culo a tu tía –afligido, le respondió Ulberth-. Me siento psicológicamente muy vulnerable. Esa mujer me convirtió en una piltrafa suicida. Me ofrece sus migajas. Se que tengo que reaccionar, olvidarla, alejarla definitivamente de mi mundo. Nunca en mi vida toleré que me tratasen como a un cabrón. No me siento comprometido con ella, intentaré que reflexione y corrija su comportamiento. Es muy deshonesta. Algo trama, pero me cuidaré.

 

Sadam le suplicó a Ulberth que le enseñase a leer la mente de las personas, a predecir el futuro. Le obsesionaba la idea de transformase en un psíquico. Semejante ruego se debía al hecho que el escritor, en presencia del talentoso jovencito, predijo hechos que se sucedieron y hasta solía descifrar los pensamientos de las personas escrutándolas fíjamente. Habilidad [don] que al intelectual no le servía de nada cuando intentaba persuadir a Fa [lema] para que se regenerara. Él bogaba por su [¿irrefutable?] íntima y personal tesis según la cual «lo que ha de venir no tiene reparo por ser  inmanente a la existencia. No está atado al tiempo: pasado, presente o futuro». Sabía que su vínculo con ella era un inerme cuerpo acechado por cuervos hambrientos, un cadáver perfumado para que no hieda.

 

«Ya, tácitamente, eres un mago y vidente –disertó Ulberth antes de marcharse-. Piensas que estás aquí, platicándome, pero yo veo cómo te desplazas en una cápsula de otra Realidad Cuántica a una velocidad superior a la tuya. Cuando crees que me transmites alguna información, no haces cosa diferente a leer lo que en mi mundo está escrito. Dialogas y nada se transforma, callas y tampoco. Lo que de tu mente procede no es ajeno a mi Conciencia. Todo lo que adviene se ha consumado en mi psiquis» […]

 

-No te entiendo –se quejó Sadam sin darse cuenta que ya Ulberth no estaba frente a él.

 

Ofuscado, el mozalbete cerró los ojos y comprobó que se hallaba en la casa de su abuela Kmalia: era hostigado por la Bestia Negra que se pintaba los ojos para ir al apartamento de Ulberth, en compañía de su hija Rinel.

 

«Fase Terminal» y con un lamentable desenlace, Fa [lema] iría tres veces más al hábitat de Ulberth. Delatada por su familia, algunas de sus [como ella] traicioneras «amigas» y gente que apreciaba al hacedor de ficciones, mostraría –sin ambages- su auténtica y abominable naturaleza. Investida de su reflotada demencia, le revelaría su proyecto de secuestrarlo asesorada por un malandro del barrio donde ella vivía.

 

El último día que estuvieron juntos, al atardecer, en presencia de las infantas Rinel y Artemisa,  golpeó a Ulberth, tiró dos de sus movilcels contra el piso de la habitación y un sandwich que afablemente le había preparado. Lo llamó «viejo marica» y le gritó que necesitaba dinero. Él le dijo que no tenía billetardos a mano, y rabiosa hurgó por entre la computadora y otros aparatos domésticos para robarlo antes de irse endemoniadamente con su hija.

 

-¡Te denunciaremos!, «Peluca de Bruja» -le advirtió Artemisa-. ¡Lárgate y no regreses! ¡Rinel no merece una madre como tu!

«-Non cupio me esse clementem, veniet Pater mea» -También le anunció Ulberth-. «Ya no temo al monstruo que tu belleza física oculta. Te di amor, consejos, protección, cobijo y compartí mi alimento contigo que has soberbiamente tirado: por ello, comerás materia fecal. Non Aedes mea migrabis, Luxfero. Scriptum sum. Nihil est Deus acceptius» […]

 

[Capítulo XVI]

 

[Al cambio de las cosas] Ulberth retomó su hábito por la comunicación Multimedia, lectura y escritura. Había dejado de pensar en Fa [lema]: quien, conforme a las predicciones del escritor, mientras [existiera] respirase experimentaría terribles dolencias y situaciones que la confinarían en un solitario habitáculo para enfermos crónicos.

 

Pocas veces atendía llamadas telefónicas, dejó de tomar píldoras antidepresivas y descartaba la idea de iniciar una nueva relación afectiva que lo desestabilizara de nuevo. Excepto su hija Artemisa, no confiaba en nadie. Parecía no envejecer y vivía voluntariamente apartado de la mayoría de las personas que conocía, pero cada alba –en los instantes de transición entre el día y la noche- escuchaba voces [era también un clariaudiente] y veía imágenes de «una Realidad y Tiempo no codificables».

En el curso de varios amaneceres, escuchó la voz inidentificable de una mujer que pronunciaba –con dicción impecable- aquél Juramento de lealtad al Demonio que una noche escribió por petición de la escoria:

 

«Mediante el presente documento, yo, Falema, para merecer la protección y gozos que Lucifer ofrece a sus adeptos, juro mi fidelidad a él y sus mandamientos de catequesis que obedeceré. También prometo que seré honesta y leal a Ulberth, su hijo pródigo, mientras en este mundo él respire. Si yo llegase a violar esta Adhesión Satánica, aceptaré ser implacablemente castigada con penurias y tragedias personales hasta el advenimiento de mi muerte. No quebrantaré mi palabra, cuya hipotética irreversibilidad futura pagaríamos con sufrimientos mi familia y yo durante el tiempo que dure nuestra existencia. Primero beso, luego firmo y quemo mi ya escrita conversión».

A Deus, -persistentemente- rogó que la mujer que le hablaba se materializara y fue complacido. El amanecer cuando apareció la dama, que dijo llamarse Luzbel, se vio en un solitario, trifurcado y exento de edificaciones camino bordeado de abundante vegetación. Frente a cinco construcciones geométricas, tridimensionales y huecas.

 

Eran pentágonos de trescientos sesenta y cinco metros de altura por equidistante e infinita extensión longitudinal: uno de ellos color azul, otro rojo, el tercero púrpura, seguidos por el cuarto amarillo y quinto verde, respectivamente. Al centro de la trifurcación estaba anclado el Pentágono Púrpura.

 

-Buscabas un camino distinto, empero estás ante cinco grutas –le advirtió la linda entidad-. Decide dónde ir. Antes, sepultarás tu ropaje y artefactos de tu Realidad y Tiempo. Cava, de prisa, una fosa. Ya no hay prórroga para todo cuanto depara nuestro Dictatorius Supremus Pater a tu existencia.

 

Ulberth no estaba familiarizado con la excavación de fosas, pero se dispuso a trabajar con una hoz que halló tirada en el polvoriento sendero.

 

Subió las mangas de su sweater, se recogió la cabellera  y procedió.

 

Emprendió la perforación sin dejar de escrutar, perplejo, un enorme y frondoso árbol mango que comenzó progresivamente a florecer y dar frutos para luego pulverizarse. Luzbel, que también había observado las transformaciones de la planta, le platicó por última vez:

 

-Ahora quedarás solo y desposeído para introducirte en alguno de túneles pentagonales. Es hora de mi partida y de tu renacimiento.

 

Ulberth se sintió atraído hacia el Pentágono Púrpura y fue aspirado por él. Desnudo, se vio adentro y rodeado de un diezmado –«por la acción de la magia»- poblado. Fue encarado por quien ejercía funciones de mediadora entre prestidigitadoras:

 

-Has de saber, inmigrante: fuimos millones de purpúreas y, por la acción de la magia, no somos hoy más de trescientas sesenta y cinco en el interior de este pentágono –le comunicó una mujer que igual estaba desnuda, y que dijo ser una «Princesa de Legión de Demonios». En mala hora decidiste vivir entre nosotras, en un asentamiento de damas que se extingue progresivamente.

-Explícame –aterrado, le suplicó él identificándose con su nombre para flexibilizar el encuentro-. ¿Qué han hecho unas contra las otras?

-Si también practicas la magia, tendrás que medirte con quienes sobreviven aquí –prosiguió la anfitriona-. Durante días, no se producen desafíos. Pero, de pronto, surgen: entonces, las más sagaces hacen desaparecer a sus adversarias.

-¿Son «reales» esas desapariciones? –Creí que la magia era ilusionismo.

-No son ilusorias. Si fuese ilusionismo, esta población -que fue de millones de pentagonpurpureas- no estaría abrogada. Sólo el instinto de supervivencia de nuestra especie impide que se sucedan los duelos con la frecuencia de hace años. El «Poder», en cualesquiera de sus modos, siempre es letal [...]

-No soy mago ni poderoso en ningún asunto. Huyo de una vida dionisíaca que nunca asumí con placer. No soy hostil, ni perverso y no anhelo combatir con alguien.

-Cuando irrumpieron en Pentágono Púrpura, todas expresaron lo que tu. Sin embargo, la contienda plaga los confines del Todo. Querella que no admite «piedad» ni «capitulación». Simplemente, los enfrentamientos son para eliminar: que nunca para restaurar a quien sea abolida.

-Yo buscaba un camino donde los seres pensantes no se traicionaran ni odiasen, mi resurrección, redimirme [...] Permíteme retornar al umbral para explorar otra gruta.

-No podrás: ya eres desafiado.

-¿Quién lo hace? –Todavía no soy habitante de Pentágono Púrpura [...]

 

Una mutilada chica, a quien le faltaban la pierna derecha y el brazo izquierdo, y que se desplazaba hábilmente sin tocar el piso, se abrió entre las curiosas para proferir:

 

-Soy quien te desafía aquí, inmigrante, donde no hay animales irracionales ni vegetación, aviones, máquinas de rodamiento o edificios. Nunca nos alimentamos, ni bebemos agua. No defecamos, no sudamos, fornicamos o procreamos. Derroté a numerosas magas sin materializar aves u otras criaturas de otro mundo. Algunas de ellas lograron socavarme parcialmente. Si no tienes poderes, te [extinguiré] abatiré con mayor facilidad. Sin «piedad» ni «capitulación», como dice la «Princesa de Legión».

-Enterré mi vestimenta y artefactos. No puedo aceptar que ustedes sean reales. No pelearé, no soy mago, estoy desnudo, no soy enemigo ni infractor.

-Morirás sin enfrentarte, ¡cobarde! [...] La renuncia a vivir es peor que la discordia, inmigrante.

 

Al escuchar esa frase de la contendora purpúrea, Ulberth dobló una de sus rodillas y su Ser Físico fue tres veces: uno empuñaba un arco y tensaba una flecha; otro una espada y el último un expeletermomisil.

 

Tres objetos metálicos impactaron contra el cuerpo de la retadora esfumándola.

-¡Si eras un mago! –exclamó, maravillada, la «Princesa de Legión»-. Has fulminado a una de nuestras veteranas combatientes [...]

-No lo soy –replicó Ulberth y corrió intuitivamente hacia la salida para ser eyectado.

 

[Capítulo XVII]

 

Ya de nuevo afuera, aturdido, Ulberth observó, temeroso, al Pentágono Amarillo situado en el extremo derecho del camino trifurcado. Pero, no vaciló e ingresó –por absorción- al Pentágono Azul. Sentía cierta perturbación. Esperanzado, fue otra vez recibido por la «Princesa de Legión».

 

-Estarás pensando que soy la misma que viste en el anterior pentágono –se apresuró a platicarle-. No te equivocas. Aquí no hay magas, sino indigentes desesperadas por la aparición de forasteros con alimentos [...]

-Me resisto a creer que cuanto me ocurre sea real –molesto, musitó Ulberth mientras comprobaba que estaba rodeado de centenares de esperpentas en una especie de centro de ciudad con derruidas edificaciones y maloliente basural-. Ya no me identificaré de nuevo. Acaso, ¿no se preocupan ustedes por la higiene, por mantener el ambiente libre de contaminación? –No vine a proveerlas, sino a vivir en paz: a meditar, a disfrutar mi saldo de existencia.

-Si no traes comida, tendremos que aporrearte hasta tu muerte para consumirnos tu carne –se interpuso una de las hediondas habitantes que exhibía piedras en sus manos.

 

Él notó que, a diferencia de Pentágono Púrpura, ahí había abundante vegetación. Pese a lo cual, no percibía cuadrúpedos, aves o insectos.

 

-Pueden alimentarse de los frutos que pudieran darles estas plantaciones –impugnó-. ¿Por qué no los recogen y almacenan?

-No dan frutos –enfatizó la «Princesa de Legión»-. Sólo oxígeno [...]. También tenemos ríos y lagunas sin peces. Nada es inconcebible mientras respires, inmigrante. Ni la resurrección o santidad de quien parece El Maligno.

Las curiosas que flanqueaban a Ulberth y la «Princesa de Legión» rieron y el recién llegado advirtió que lucían dientes de oro con menudas incrustaciones de lo que parecían ser diamantes.

 

-Ustedes podrían despojarse de parte de tan imponente y costosa dentadura para venderla, mediante mercaderes viajeros, al mundo no  «pentagonal» –sugirió, atemorizado-. Obtendrían próceres impresos interasentaciones para proveerse de alimentos [...]

-Según la doctrina de las pentagonazules, la riqueza inmanente a la carne simboliza «La Virtud Innegociable» –discernió la «Princesa de Legión»-. No se le puede destinar al trueque u obtención de valores de cambio durante siglos conocidos y aceptados. Hay «dignidad» en las creencias que exigen el rechazo a la opulencia.

-Pero, es inadmisible que esa «dignidad» no aflore cuando se pretenda practicar la antropofagia [...] ¿Qué tan  «digno» puede ser alguien capaz de entregarse a la antropofagia?

-No eres sino un «varón», absurdamente. A un «Ser Humano» no se le respeta si tiene falo. No eres más que un hombre que puede nutrir a esta hambrienta población. Pentágono Azul está habitado por trescientas sesenta y cinco personas y a cada cual le tocaría un pedazo tuyo.

-Tu discurso exhibe cierta insolencia. Déjeme ir [...] Ninguna doctrina auténticamente humana faculta a nadie para asesinar a un hombre en estado de indefensión y comérselo. Boga por mi, «Princesa de Legión», para que pueda salir y tener la lícita oportunidad de intentar vivir en paz en el interior de otro de los pentágonos.

-Mi investidura no tiene competencia para apaciguar el hambre de quienes me han conferido autoridad.

 

Hubo agitación entre las desnudas e impacientes moradoras, que gritaban su deseo de lapidar al forastero. Ulberth dobló una de sus rodillas y su Ser Físico fue tres veces: uno empuñaba un arco y tensaba una flecha; otro una espada y el último un expeletermomisil. Tres objetos metálicos impactaron, al azar, varios cuerpos de las azules. Éstas, al ver carne desparramada en rededor, dejaron de fijarse en Ulberth para comer. Momento que rápidamente aprovechó para escapar con éxito en dirección al zaguán eyector. 

 

[Capítulo XVIII]

 

Expulsado por segunda vez hacia el umbral del trifurcado camino, Ulberth notó que en el sitio exacto donde yació el enorme árbol de mango [y que se había desintegrado] retoñaba otro. Ofuscado, se colocó en el portal invisible de Pentágono Rojo y fue [instantáneamente] absorbido.

 

Al entrar se vio entre desnudas espectadoras que miraban cómo una mujer azotaba, fortísimo, a otra con un improvisado fuete de alambre de púas. El cuerpo de la infortunada parecía una sangrante coladora.

 

Las testigas coreaban la cantidad de «latigazos» que recibía, entre aplausos: llevaba trescientos y, faltándole sesenta y cinco, apenas podía mantener vertical su espalda. A la despiadada fustigadora la flanqueaba, impávida, la «Princesa de Legión».

-¡Déjala ya, la matarás! –exigió, a gritos, Ulberth-. Ese castigo es un acto criminal «lesivo a la Humanidad».

 

La inmensa turba de mironas, tan crueles como la victimaria, calló y volteó –enfurecida- a recusarlo.

 

-Tranquilas, es el inmigrante –informó rápidamente la «Princesa de Legión» a las damas, antes que lo embistieran-. Lo conozco. Quiere redimirse tras interrumpir la  «dignidad» de las pentagonales [...]

-No seas cínica, «Princesa de Legión»: no hay  «dignidad» en la desaparición de personas mediante la magia, canibalismo ni tampoco en la tortura.

-Aquí, forastero, quien obstruya la justicia declara, automáticamente, su desacato a la doctrina territorial. En el lapso de veinticuatro horas, te procurarás un foete y enfrentarás a cualesquiera de las habitantes de Pentágono Rojo: hasta que una de las combatientes no pueda levantar sus brazos luego de recibir la dosificación máxima, preestablecida, de flagelaciones.

-¡Eres una escoria!

-Soy la suprema vigía forense de los acaecimientos pentagonales. De mi arbitraje depende que esta población se nutre mediante la contemplación de los azotamientos diarios. En cambio, tu eres un  «varón» que, por cobardía, desertó de la Perrera Central. Afronta las consecuencias de tus actos. Nadie te persuadió para que ingresaras a Pentágono Rojo. Fue tu elección, forastero.

-Los delitos que a la Humanidad lesionan no prescriben, «vigía funesta».

-El comportamiento de los hombres –y tu eres uno de ellos- siempre será lesivo a la  Expansión de la Femenis Scelus y no prescribe. Deberías temer al Tribunal de los Asentamientos de los Mundos, que no yo: porque los fines siempre, aun cuando se vinculen a esa perogrullada conocida como «los intereses supremos de los pueblos», exculpan a quienes bogan por ellos. Aquí las pentagonales están hambrientas y no tengo la atribución de impedirles que se alimenten [...]

-La tortura no es un bocado para nadie. Te aclaro que me he despojado de las creencias, irredentas, de quienes avalan el delito causal.

-Madura: nada es inconcebible mientras respires, inmigrante. El Mal es la tregua que el Bien se da para corregirse en plena torcedura Moral.

-En tu Palacio, rea, eres la prevaricación.

 

En Pentágono Rojo no tenían árboles, aves, insectos, ríos, lagos, océanos o mares. Ulberth se sintió desconcertado, intimidado, en extremo.

 

Las aseveraciones de la «Princesa de Legión» lo perturbaban, confundían, le hacían trasladar sus pensamientos hacia lo que había culminado por repugnarle de su vida próxima pasada. Del mundo, de cualquier forma de existencia.

Tres pentagonrrojas se abrieron paso entre la multitud restante -de trescientas sesenta y dos- para embestir al inmigrante. Él dobló una de sus rodillas y su Ser Físico fue tres veces: uno empuñaba un arco y tensaba una flecha; otro una espada y el último un expeletermomisil. Tres objetos metálicos impactaron, al azar, en los cuerpos de las rojas que pretendían someterlo para flagelarlo. Ejecutó cinco saltos largos hacia la salida y fue eyectado.

 

[Capítulo XIX]

 

Arrepentido de haber pretendido abandonar el pandemónico mundo del cual procedía, Ulberth quiso exhumar su ropa y artefactos [computadora portátil, movilcel]. Optó  [fallidamente] por decidir que -jamás- experimentaría a los pentágonos amarillo y verde. Se disponía a desenterrar sus pertenencias para regresar a su pasado cuando Luzbel reapareció y se lo impidió con una frase lapidaria:

 

-Procedes de la mundanería, de Pandemónium, que es idéntico a decir que de la «conspiración criminal como forma de existencia». ¿Crees que si  retornas serás exculpado por quienes conformaban tu casta?

-Mis aventuras en los pentágonos fue terrible –dijo el frustrado Ulberth, ofuscado-. Tuve que defenderme con «instrumentos letales». Me hallaba desnudo, empero inexplicablemente armado. Tuve, por instinto de conservación, que combatir. Pero, no estoy sediento de la comisión de delitos.

-Ocurre que no estabas desnudo: portabas tu pene. Eres, todavía,  Hombre, un  «arma letal» que simula haberse convertido en un  «iluminado». Proseguiste cazador cuando debiste entender que para encontrar la paz tenías que ser una  «presa».

-Instintivamente, luché contra mujeres en los pentágonos porque me desafiaron y me vi en la necesidad de preservarme.

-Toca y besa mis senos: no me sentiré intimidada por ti. Obsérvate: eres un arco y flecha, una espada, un expeletermomisil. No soy de tu Realidad y Tiempo. Si imploras ser un «iluminado», alguien «redimido», tendrás que mutarte de «arma letal» a gozosa víctima.

-Pero, de acuerdo con tus instrucciones, cavé una fosa: sepulté mi vestimenta y artefactos.

-Enterraste esas pertenencias, cosas que a nadie lesionarían. Pero, no tu imaginación fálica: que es mortal.

-Acaso, ¿insinúas que debí castrarme?

 

Cuando a Ulberth, excitado, le apeteció besarle los pechos a la hermosa Luzbel, fue absorbido por el Pentágono Amarillo. En su interior vio cómo las pobladoras se comían las unas a las otras, sin reñir.

 

Al toparse de frente, desnudas, portando filosas hachas y cuchillos, comenzaban a cortarse los miembros y procedían a devorarse.

 

Entre las trescientas sesenta y cinco pentagonamarillas estaba, una vez más, la «Princesa de Legión»: inmutable, reflexiva, sin temor a ser mutilada por ninguna.

 

Rápidamente, el «inmigrante» se resguardó tras su espa[l]da.

 

-¡No quiero ser alimento para nadie! –le suplicaba a la inmisericorde «vigía forense»-. ¡Ayúdame!

-No te resistas a ser un falotrador y adelántate –lo espetaba ella-.Toma tu cuchillo y procede conmigo. Come cualquier parte de mi cuerpo, excepto mis ojos y cerebro.

-¿Qué es todo esto, «Princesa de Legión»?

-La Muerte es una «pendular y expansiva onda». Poséeme pronto o serás devorado por La Nada.

 

Ulberth vaciló durante unos segundos y decidió aceptar la propuesta, sin importarle las consecuencias. Perdió el conocimiento cuando se movía encima del fabuloso cuerpo de ella y eyaculaba.

 

[Capítulo XX]

 

Ulberth despertó y se asombró de tener una mujer a su lado. No estaba Artemisa en el apartamento, motivo por el cual presumió que era fin de semana. Examinó, maravillado, a su acompañante. En una mesita, vio dos vasos con licor a medio tomar y una bandeja con camarones. Ella abrió sus párpados y sus bellísimos ojos lo conmovieron.

 

-Tengo difusos y extraños recuerdos –con timidez, le confesó Ulberth y se puso las manos en la cabeza-. ¿Quién eres?

-Soy Luzbel –respondió la dama-. ¿Estás arrepentido de haberme amado anoche?

-Estoy confundido: ¿en qué momento llegaste aquí?

-Me invocaste. Siempre esperé, paciente, que me llamaras. Me mantuve virgen, fiel a mis sentimientos por ti.

Luzbel se rió, le acarició la melena y lo besó tiernamente. Agarró uno de los vasos y bebió un sorbo de cubalibre.

 

-¿Dónde vives? –curioseó Ulberth.

-Tu sabes, «mi Príncipe Bello».

-No soy bonito. Tu si eres preciosa. Y no se dónde resides.

 

La plática fue interrumpida por Alveiro, que tocó ruidosamente la corneta de su vehículo todoterreno y gritaba su nombre para que saliese al balcón. Ulberth le pidió permiso a Luzbel para salir del apartamento hacia el alargado pasillo. Ella asintió.

 

Él caminó hasta el pie de la escalera, sin descender. Su amigo lo saludó e invitó a ir a desayunar en su cabaña.

 

Como había dejado abierta la puerta del conductor, Ulberth captó –nítido- a Fa [lema] en el asiento delantero: mirándolo fija e inquisitivamente. En la parte trasera estaba su hija Rinel.

-No puedo ir, Alveiro –se excusó-. Tengo visita.

-Si es una chica, puedes llevártela con nosotros –insistió-. Tengo cerveza y ron en mi casa. Anímate.

-Espérame […] Le consultaré si quiere ir.

 

Ulberth retornó a ella y le informó respecto a la invitación del periodista. Inesperadamente, a Luzbel le pareció una magnífica idea y se apresuró a vestirse. Él también.

 

Luego de quince minutos, ya se desplazaban por entre la selvasiemprepreverde rumbo a la cabaña de Alveiro. Fa lucía recelosa. Bebía, con fruición, una lata de cerveza mientras Alveiro le decía a Ulberth que [ampliaba] modificaba su casa.

 

-Contraté a un albañil para construir un área adicional, especial para reuniones –contento, deliberaba.

-Excelente, Alveiro, es importante que tengas un espacio para tertulias y libaciones.

-¿Cuál es el nombre de tu novia? –interrumpió Falema y volteó a observarlos, con sorna-. Es muy linda […]

-Luzbel –se adelantó a responder la otra, desafiándole su corrosiva mirada.

-¿Dónde vives?

-Pregúntale a Ulberth.

-El mío es Falema.

-¿Son ustedes esposos?

 

Ninguno de ellos dilucidó la interrogante.

 

Alveiro se fumaba un tabaco de marihuana que, cada momento, se lo llevaba a la boca de Falema para que lo aspirase. Le ofrecieron a Ulberth y Luzbel, empero ambos rehusaron drogarse.

 

-Ella es muy joven para ti, Ulberth –ladró Falema.

-No tengo edad –enfrentó Luzbel a Falema y besó a Ulberth-. Tampoco él, a partir de anoche.

 

Alveiro amonestó a su mujer, apretándole -fuertemente- el brazo izquierdo sin importarle que sus invitados se dieran cuenta. Ella zumbó la vacía lata de cerveza por la ventana de la camioneta e intentó abofetearlo, pero se inhibió.

 

De súbito, Ulberth tuvo varias visiones en las cuales Falema lo injuriaba y golpeaba. En ellas no aparecía Alveiro. Luzbel lo abrazó con profundo amor y le susurró al oído:

 

-Para quien es vidente el futuro no existe. Ella querrá convertirse en «Princesa de Legión» y traicionará el juramento. [Luxfero] Pater la ha regresado al castigador que no cumplió la tarea de flagelarla. Tu y yo estamos aquí, ellos no. Falema, en este momento, yace en un cuchitril, predada por roedores, sujeta de padecimientos físicos y psíquicos. Sobre su sepultura esputaremos.

 

Todos bajaron del todoterreno y entraron a la cabaña. Afable, Alveiro los instó a sentarse en una butaca y encendió el reproductor digital de música. Luzbel se inclinó y recogió un manuscrito del piso.

 

-Es tuyo, Falema –se lo extendió Luzbel-. Cayó de tu bolso.

-¿Mío? –nerviosa, indagó-. ¿Qué dirá?

 

La anfitriona tomó el texto y, asustada, lo leyó. Luzbel y Ulberth le escrutaban la abundante, sucia y desordenada cabellera afroamericana. La Escoria Negra quedó estupefacta por el contenido, que transcribo:

 

Juramento de Lealtad al Demonio

 

«Mediante el presente documento, yo, Falema, para merecer la protección y gozos que Lucifer ofrece a sus adeptos, juro mi fidelidad a él y sus mandamientos de catequesis que obedeceré. También prometo que seré honesta y leal a Ulberth, su hijo pródigo, mientras en este mundo él respire. Si yo llegase a violar esta Adhesión Satánica, aceptaré ser implacablemente castigada con penurias y tragedias personales hasta el advenimiento de mi muerte. No quebrantaré mi palabra, cuya hipotética irreversibilidad futura pagaríamos con sufrimientos mi familia y yo durante el tiempo que dure nuestra existencia. Primero beso, luego firmo y quemo mi ya escrita conversión».

 

[Capítulo XXI]

 

Tras haber dormido durante casi ocho horas, Ulberth despertó presa de una infinita quiescencia. Era sábado. Su hija Artemisa no estaba en el apartamento. A su lado, tenía todavía encendida la computadora portátil. En la pantalla, vio la fotografía de una encantadora mujer y un mensaje: «Seré tuya cada vez que me invoques. Yo soy Luzbel y te amo».

 

Ulberth se levantó de la cama, abrió la puerta de su apartamento y caminó hacia el balcón. Hacía frío. Respiró profundo, miró la selvasiempreverde, nubes y la sierra que lucía nevada. Nadie caminaba por las calles, no se escuchaban voces, música ni ruidos. Observó el distante vuelo de un cóndor y se sorprendió porque conformaba una especie casi extinta. De pronto, una lluvia de minúsculas gotas precipitó con neblina. Luzbel irrumpió frente a su casa, montada sobre el lomo de un corcel de pelambre luminosa. Vestía un multicolor manteo. Lo miró con ternura, sin pestañar.

 

-Silentium, sapiens eris –en lengua sacra, le dijo.

-Mater, tui servus sum -eufórico, le replicó Ulberth.

 

«Fin»

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Alberto Jiménez Ure

 

Incluído en las principales antologías de cuentos que se han editado en Venezuela durante la transición entre los Siglos XX-XXI, entre las cuales Narradores andinos contemporáneos [Fundarte, Caracas, 1980], El cuento en Mérida  [Universidad de Los Andes, Mérida, 1985], La narrativa corta en el Zulia  [Presidencia de la República,  Caracas, 1987], Relatos venezolanos del Siglo XX [Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1988] Memoria y cuento [Pomaire, 1992], Recuento [ Editorial Fundarte, Caracas, 1994], Ficción mínima [Fundarte, Caracas, 1996

y El cuento breve en Venezuela, 2005].

Escritor venezolano nacido en Tía Juana [Campo Petrolero del Edo. Zulia, 1952], publicó con Monte Ávila Latinoamericana Cuentos escogidos, con la Universidad de Costa Rica Abominables y con la Editorial Alfadil de Caracas Perversos [1995, 2002, 2004, trilogía de compilaciones antológicas personales

de narraciones breves].

Espera por la aparición de su antología máxima de cuentos, intitulada Absurdos. Es autor de casi una decena de novelas, entre las que destacan Aberraciones, Adeptos, Dionisia, Facia, Desahuciados,

Decapitados y Escorias.

 

Sobre su obra se han escrito: del ensayista venezolano BÁEZ, Fernando: Aproximaciones a la Obra Literaria de Alberto Jiménez Ure [Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela, 1991] del argentino BENÍTEZ, Luis: El horror en la narrativa de Alberto Jiménez Ure [Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela, 1996] del venezolano LISCANO, Juan: Jiménez Ure a contracorriente [ALEPH universitaria, Universidad de Los Andes, 2008] de la costarricense MONTERO RODRÍGUEZ, Shirley:Tres visiones del discurso de la postmodernidad en  Cuentos Abominables de Alberto Jiménez Ure: tiempo, espacio, erotismo y fiabilidad [ALEPH universitaria, Mérida, Venezuela, 2008] del venezolano GIL OTAIZA, Ricardo: Jiménezure ante la crítica Gilotaiziana [ensayos, en proceso de publicación] y del venezolano PLATA RAMÍREZ, Enrique:

Las fantasmagorías en Alberto Jiménez Ure

[Formó parte de sus investigaciones durante la realización del Doctorado en Literatura Iberoamericana en la Universidad Complutense, Madrid. en proceso de publicación].Tiene también volúmenes de poemas [Lucubraciones, Luxfero, Revelaciones,

Pensamientos profanos,

Dictados contrarrevolucionarios, Epitafios, Pensamientos Dispersos, Pensamientos]

Hace tres décadas, fue miembro fundador de la Oficina de Prensa de la Universidad de Los Andes

[a la cual está adscrito desde 1977, hoy en situación estatutaria de retiro] y del Consejo de Publicaciones de la citada institución académica venezolana.

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