
Malcolm Lowry, el alcohol se hizo literatura
JAVIER MEMBA
Muchos son los autores que han hecho del alcoholismo materia literaria,
pero pocos han retratado las desdichas y miserias del licor con el lirismo, la objetividad y la intensidad de Malcolm Lowry.
La explicación a tanta lucidez es bien sencilla: la literatura para Lowry era un espejo que no le devolvía otro reflejo que
el de su propia existencia. Como recordaría su viuda, Margerie, en 1962, prologando una edición póstuma, 'Ultramarina', su primera novela, fue el resultado de su temprana llamada del mar, acuciado por las lecturas de Conrad, O'Neill y la proximidad
del hogar paterno al puerto de Liverpool. Obedeciendo a un mismo motivo, 'Bajo el volcán', su obra maestra, es el resultado de su larga experiencia como borracho.
Maldito entre los malditos, a su constante afán por la autodestrucción hay que sumar una
increíble mala suerte, que jalona su biografía de desgracias tan grotescas como las distintas perdidas de sus manuscritos
–el de la novela inédita 'En lastre hacia el Mar Blanco' ardió durante un incendio de su casa en 1944, 'Bajo el volcán'
hubo de ser reescrita varias veces por semejantes motivos–, para ponerla punto y final con esa asfixia, acaecida mientras
el más grande de los escritores alcohólicos dormía, que le llevaría a la tumba el 27 de junio de 1957. Si, como decía William
Blake, hay un camino a través del infierno, no hay duda de que Malcolm Lowry decidió seguirlo.
Aunque la historia de la literatura canadiense le considera un autor propio, no sin motivos ya que el mismo Lowry
acabó adquiriendo aquella nacionalidad, el escritor vio la luz por primera vez en Birkenhead (Inglaterra) el 21 de julio de
1909. De temperamento inquieto, según cuentan sus notas biográficas y se desprende de la lectura de sus novelas, todas ellas
autobiográficas, apenas concluidos los estudios secundarios en Leys, un colegio de Cambridge, se enroló –gracias a los
oficios de su padre, quien en un exceso de buena voluntad le llevó en su lujosa limusina al puerto, procurándole así, sin
proponérselo, la animadversión del resto de la tripulación– en un carguero que salió de Liverpool en 1927 con rumbo
a Extremo Oriente. Fruto de aquella singladura, que tras cruzar el Canal de Suez le llevaría a Shanghai, Hong Kong, Yokohama,
Singapur y Vladivostock, nacería 'Ultramarina', primera novela de Lowry, publicada en 1933. Si bien en ella uno de nuestros
más prestigiosos críticos –quien pese a dar cuenta de tamaño desatino se permite denostar la obra de Lowry– pretende
ver una primera versión de 'Bajo el volcán', lo que en realidad se nos refiere en sus páginas es la aventura de un muchacho
que quiere demostrarse a sí mismo que es un hombre entre otros hombres. 'Ultramarina' ya presagia los grandes asuntos sobre
lo que girara la obra de Lowry: la búsqueda del más alto ideal humano en la degradación, los extraños lazos que unen a la
gracia con la culpa y la representación mediante símbolos de la realidad más acuciante.
Estas serán las
principales cuestiones sobre las que versará 'Bajo el volcán' (1947), en esta ocasión sintetizadas en las últimas horas del
exconsul inglés, en lucha contra los fantasmas que pueblan su cerebro, en la Cuernavaca de 1938. Destaca entre esos espectros
que agobian a Firmin –el cónsul en cuestión– un oscuro cargo de conciencia que le lleva a autodestruirse bebiendo,
para alcanzar finalmente la muerte, a manos de un grupo de matones fascistas, completamente borracho y en un burdel. Como
telón de fondo, la imposible reconciliación de Firmin con su ex mujer, Ivonne, y un mundo que se desmorona ante la guerra
que se ve venir en Europa, simbolizado en un pequeño parque, imagen recurrente en la narración: "¿Le gusta este jardín, que
es suyo? ¡Evite que sus hijos lo destruyan!", escribe Lowry una y otra vez reproduciendo la leyenda que intenta preservar
dicho césped.
'Bajo el volcán', que condensa en sus capítulos una buena parte de los hallazgos de la
novelística del siglo XX, es también un texto pródigo en técnicas cinematográficas. Ello es debido a que en 1935, después
de haber estado internado en un hospital psiquiátrico de Nueva York –donde comenzara la redacción de 'Piedra infernal', texto que, no obstante su título, fue concebido como el purgatorio de una trilogía a la manera de Dante de la que 'Bajo el
volcán' habría sido el infierno–, Lowry se traslada a Hollywood para emplearse como guionista. Pero el único guión que
el atormentado novelista llegaría a concluir, basado en 'Suave es la noche', de Francis Scott Fitzgerald, está fechado en
1949 y nunca llegará a realizarse. Con anterioridad, ha sido expulsado de México y se ha instalado en la Columbia Británica.
Tras su muerte,
acaecida en Sussex, durante un visita a Inglaterra, mientras trabaja en los relatos reunidos posteriormente bajo el título
común de 'Escúchanos, señor, desde
el cielo, tu morada' (1961), apareció 'Oscuro como la tumba donde yace mi amigo' (1968). Otra vez en el México que tanto le impresionara, esta
última obra constituye una variación sobre el tema de 'Bajo el volcán'. Lowry vuelve a arremeter contra sí mismo, que en esta
ocasión se nos presenta bajo el nombre de Sigbjørn Wilderness. Como con tanto acierto se apuntaba en la contraportada de su
primera edición española (Bruguera, 1981), la novela constituye "una de las más eficaces armas de autoinspección que un escritor
haya dirigido contra su propia imagen". El resto de la bibliografía de Malcolm Lowry es una colección de poemas aparecida
en 1962 bajo el título de 'Selected Poems'

ABRIDOR DE
OJOS
Cuán semejante a un hombre, es
el Hombre, que se levanta tarde Y contempla los platos sucios de la cena Y
contempla las botellas, vacías también. Todo ello tragado durante el sordo «¿Cómo estás?» sin fin
de la noche anterior -Aunque un vaso contiene todavía un refresco espantoso- Cuán
semejante al Hombre es este hombre y su destino, Aún borracho y tropezando entre los árboles amarillentos Va a desayunar ron picado, sardinas y guisantes.
SIN COMPAÑÍA EXCEPTO EL MIEDO
Cómo empezó todo esto y por qué estoy aquí en esta barra arqueada con la pintura marrón
descascarillada, papegaai, mescal, hennessy, cerveza, dos viscosas escupideras,
sin compañía excepto el miedo: miedo de la luz, de la primavera, del lamento de
aves y autobuses volando a sitios lejanos, y de los estudiantes yendo a las carreras, de chicas brincando con el aire en sus rostros, pero sin compañía excepto el miedo, miedo de la fuente volando: y todas las flores que conocen el sol son mis enemigos, ¿estas, muertas, horas?

Otra
nota sobre Malcolm Lowry
por
Hugo Hiriart
Sostiene
Platón en la República que lo perfecto tiene que
ser inmutable,
sencillamente porque si experimentara la más pequeña modificación o cambio dejaría de ser perfecto.
Desde
que oí esta opinión platónica, en la prepa, me sentí incómodo, no me convencía. Tardé en darme cuenta de por qué no la creía.
A veces es tardado advertir en qué se apoyan nuestras intuiciones filosóficas.
La razón
superficial es que no veía, ni veo, razón por la que deba haber una sola forma de perfección; no veo por qué no pueda haber
variedad, tipos de perfección. Lo sentimos muy a menudo. Por ejemplo, cuando vemos rosas de diferentes colores, o diferentes
flores o pájaros o peces tropicales, nos aparecen tan perfectos unos como otros; entonces, cobra sentido decir que una perfección
pueda mudarse en otra perfección, es decir, que pueda cambiar sin dejar de ser perfecta.
Todo esto
puede parecer banal y estúpido, por usar con laxitud irresponsable el austero concepto de perfección. Puede ser, pero esta
consideración no acaba aquí, el camino lleva hasta una imposibilidad, una imposibilidad en el sorprendente capítulo de la
imaginación teológica, pero pasa por el arte de Malcolm Lowry.
Empecemos
dando la vuelta al argumento de Platón: lo que resulta difícil, o a veces de plano imposible de imaginar, es una perfección
que sin pertenecer a la geometría o a la teología clásica sea estática.
El mundo
y la vida, si algo son, son mutación constante, transformación incesante. Tal concepción está en la base del arte del turbulento
y genial Malcolm Lowry, que como se sabe ha vuelto con toda justicia a ocupar el candelero literario.
Este regreso
obedece a que se ha dado en sospechar que Lowry no murió borracho, cargado de barbitúrico y ahogado en su propio vómito, como
se creía, sino que, borracho eso sí, no podía ser de otro modo tratándose de Lowry, y con barbitúricos (casi todos los alcohólicos
son, además de adictos al alcohol, adictos a tranquilizantes y barbitúricos), fue asesinado por su segunda esposa, Margerie
Bonner. Pero de eso no voy a hablar (quien se interese en el escándalo puede leer el estricto cuanto esclarecedor artículo
de D.T. Max aparecido en Nexos de julio).
“Lowry
se aparta claramente del cuerpo principal de la filosofía y el pensamiento estético de Occidente. Estaba tan convencido del
avance sin metas de la vida (un mero discurrir incesante) que no podía imaginar un cielo final estático y eterno, así como
no podía imaginar “un perpetuo orgasmo espiritual”, escribe Sherrill E. Grace, en el brillante El viaje que nunca
termina, que no hace mucho en su “Colección popular” dio a la estampa el Fondo de Cultura Económica y que todo
interesado en la novela moderna leerá con deleite y provecho.
La imposibilidad
de concebir lo estático, junto con dos cosas: la creencia de que todo está conectado con todo y todo tiene valor simbólico,
y con el principio rosacruz según el cual el universo está en proceso de creación y, como el fuego, tiene la ley de crecer
o perecer, constituye el fondo doctrinal de las novelas de Lowry.
Este último
imperativo impuso sobre Lowry la obcecación que le cerró el paso a terminar su última y más ambiciosa creación, clarividentemente
titulada El viaje que nunca termina, como el libro de Grace que recomendamos.
Lowry
no podía imaginar un cielo estático y eterno. No tiene nada de raro, sabemos desde Kant que es imposible imaginar un estado
sin tiempo, estático. Estado implica para la mente algún transcurrir. Donde acaba la imaginación empieza la fe, y a ese terreno,
al parecer, ya no se adentró el gran Lowry.
SIN TIEMPO
DE PARARSE A PENSAR
La única esperanza
es el próximo trago. Si te apetece puedes dar un paseo. Sin tiempo de
pararse a pensar, La única esperanza es el próximo trago. Inútil titubear
en el límite, Peor que inútil todo este hablar. La única esperanza es
el próximo trago. Si te apetece, puedes dar un paseo.
PENSAMIENTOS
MIENTRAS TE AHOGAS
Deja que los demás discutan acerca de mi dolor enfurecidos
como lobos ante un trozo de carne mi dolor es ahora de dominio público hace
tiempo muerto de hambre come de limosna muchos de los que se indigestaron de felicidad lo necesitan
la oscuridad del atardecer con una sensación de culpa como truenos de una tormenta oscureciendo
el promontorio mancillando el recordado doblar de un cabo de la vida los
turistas esperan con fatuas sonrisas de triunfo con brazos enlutados sobre la costa chismorreando haber conocido al cadáver por un momento les hace grandes ~
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