Miyó Vestrini nació en Francia en 1938 como
Marie-Jose Fauvelles y emigró siendo niña a Venezuela, con su madre, el segundo marido de ésta, el escultor italiano Vestrini,
y su hermana mayor. El desgarro entre la cultura latinoamericana y la francesa aparece en su obra de
la mano siempre de la ríspida voz materna, cuya idiosincrasia “Marie Claire” pronto se transforma en lo más repudiado
por la joven escritora. Desde muy joven se dedicó al periodismo cultural, y en los años sesenta formó parte del grupo Apocalipsis
de Maracaibo, el Techo de la Ballena y la República
del Este, entre otros. Dirigió la página de arte del diario El Nacional y también la revista Criticarte. Mereció en dos oportunidades
el Premio de Periodismo (1967 y 1979). Más tarde trabajó como guionista en la fuerte industria televisiva de Venezuela. Era
una magistral entrevistadora. Bajo esa modalidad escribió un libro sobre el fecundo escritor Salvador Garmendia, uno
de sus más próximos y viejos amigos. Salvador Garmendia, pasillo de por medio (1994) es al mismo tiempo una suerte de compleja
autobiografía que editó póstumamente Grijalbo. Publicó también Las historias de Giovanna (1971), El invierno
próximo (1975) y Pocas virtudes (1986), tres poemarios que la colocaron entre las voces incuestionables de Venezuela. Al
suicidarse en 1991, dejó inéditos dos libros, Valiente ciudadano (poesía) y Ordenes al corazón (cuentos cuya segunda edición
acaba de publicar Blanca Pantin Editora). Ambos libros expresan en dos registros formales distintos las mismas dolorosas vivencias. Fue
una mujer intensa y directa, y así es su poesía, una experiencia tensa y casi explosiva. Si su poética
tiene un importante sesgo narrativo, su prosa es densa y magnífica, se mueve en varios niveles conflictivos, y su clave, polifónica,
hay que buscarla en la poesía. De manera que ambos géneros se bordean o, como espejos, reflejan el mismo carácter despojado
y agreste, la misma lúcida y audaz escritura, la misma biografía cargada de dolor, dolor que la autora aborda con, a veces,
ríspida ironía. “Lenguaje directo, descarnado, alejado con intención de toda metáfora: economía de palabras que muchas
veces puede proporcionarle al texto una gran dosis de cinismo”, afirma Silda Cordiolani, al prologar sus cuentos.
Fuentes: Verbigracia (ideas, artes, letras)
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